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febrero 2016
La cuaresma es un tiempo
de preparación espiritual para la gran fiesta de la pascua. Fiesta en que
celebramos el amor y la vida donada, regalada o compartida que vence la muerte. La Iglesia nos propone un camino de preparación interior con tres acciones que
quieren alimentar actitudes interiores o espirituales: la oración (relación con
Dios), el ayuno y la penitencia (renuncia a uno mismo y a nuestros impulsos y
deseos mundanos), la limosna (sensibilidad o preocupación por el más
necesitado). Estas tres actitudes son fundamentales en la espiritualidad
salesiana que nosotros vivimos y transmitimos, a veces, sin ni siquiera darnos
cuenta..
La Oración, en la
Espiritualidad Salesiana, nace desde la vida (el salesiano ora la vida, es su
vivir el que se hace oración) y lanza hacia la vida, a transformar la realidad
a través de la propia transformación interior (cambié yo y cambió mi mundo
alrededor). La oración salesiana es, además, juvenil porque nuestra
espiritualidad es hecha a la medida de los jóvenes, hecha con los jóvenes, por
los jóvenes. Es profunda, pero sencilla, es decir, que me permite encontrarme con
Dios en la profundidad de mi ser y descubrirlo en los acontecimientos de cada
día, pero creativa, sin intimismos ni rarezas. La oración a la que nos invita
la cuaresma, vivida salesianamente, es aquella que se vive como diálogo
personal de amistad con Jesús, frecuentado y encontrado en los sacramentos y la
Palabra de Dios. Pero vivir la oración salesianamente es vivirla no solo
personalmente, sino también eclesialmente, en comunidad, pues Dios nos ha
creado como familia y como tal debemos relacionarnos con Él. Nuestra
espiritualidad es eclesial, nace, crece y se desarrolla en la iglesia. Si no
madura y se desarrolla en la iglesia no es auténticamente salesiana. La
celebración comunitaria de la fe, ya sea en el grupo o en el templo es vital
para un cristiano maduro. La oración salesiana es también mariana porque es el
mismo Don Bosco quien nos enseña a confiar plenamente, con sencillez y seguridad,
en la ayuda materna de la Virgen.
El ayuno y la penitencia o
la abstinencia son elementos de renuncia y de negación de gustos o necesidades
que pueden ser postergables. Podríamos preguntarnos ¿Cómo combinar la alegría
de la espiritualidad juvenil salesiana con la penitencia? Una cosa no quita la
otra. El ayuno y la abstinencia me enseñan a renunciar a todo aquello que me es
lícito, que no es malo, pero que yo rechazo porque he optado por otra cosa
mejor. Me enseña a negarme a mí mismo y a mis propios gustos para darle cabida
en mi vida a los gustos y propuestas de Dios. Sólo puede vivir plena y
verdadera alegría un corazón purificado, un corazón libre de ataduras. La
penitencia, vista salesianamente, no es solo renuncia por darme dolor o por
sufrir, sino para alcanzar algo más valioso. Es acallar mis egoísmos, mi
yoísmo, mi afán de autosuficiencia, para hacer crecer en mí mis actitudes de
autodonación, de olvido de mi mismo, para que nazca el hombre nuevo, lleno de
todas las potencialidades que Dios ha puesto en mí. Es renunciar a mí para
ponerme al servicio del otro que necesita. Es ponerme en un segundo plano para
poner las necesidades comunes en primer lugar.
La limosna es la expresión
de la caridad concreta. Es salir de mí para ir al encuentro del necesitado. Es
tener compasión por el sufrimiento ajeno y tratar, en la medida de lo posible,
de remediarlo. La limosna, como actitud de desprendimiento, me lanza al
servicio de los demás. Me pone en condición de dar lo poco o lo mucho que
tengo. Me ayuda a reconocer lo bueno que Dios ha sido conmigo y lo mucho que me
ha dado y, en consecuencia, a agradecerle a Dios, en mis hermanos, su
generosidad. Dar limosna es devolver un poco de lo mucho que hemos recibido.
La espiritualidad
salesiana es una espiritualidad a la medida de los jóvenes, abierta a la
novedad del Espíritu que “hace nueva todas las cosas” y que motiva al joven a
colaborar con el desarrollo de la acción del Espíritu en su corazón. NO es una
espiritualidad de rarezas o intimismos, pero tampoco superficial, sino de lo
cotidiano.
Y es de lo cotidiano
porque propone la vida ordinaria como el lugar de encuentro con Dios. A Dios lo
encuentro en el patio, en la calle, en el grupo, en la montaña, en el hermano,
en mis padres, en mi trabajo o en mis estudios. En lo que hago cada día puedo y
debo encontrar a Dios, por eso la vida puede hacerse espacio, lugar y motivo de
oración. No hay que aislarse o retirarse para ver y encontrar a Dios.
En síntesis:
Ø Una espiritualidad
pascual de la Alegría en la actividad, que desarrolla una actitud positiva
de esperanza en los recursos naturales y sobrenaturales de las personas y
presenta la vida Cristiana como un camino de felicidad.
Ø Una, espiritualidad
de Amistad y Relación personal con el Señor Jesús conocido y
frecuentado en la oración, en la Eucaristía, y en la Palabra.
Ø Una espiritualidad
de comunión eclesial vivida en los grupos y , sobre todo en la comunidad
educativa, que une a jóvenes y educadores en un ambiente de familia alrededor
de un proyecto de educación integral de los jóvenes.
Ø Una espiritualidad
del servicio responsable que suscita en jóvenes y adultos un renovado
compromiso apostólico para la transformación cristiana del propio ambiente
hasta el compromiso vocacional.
Ø Una espiritualidad
mariana, que confía plenamente, con sencillez y seguridad, en la ayuda
materna de la virgen.
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