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La cuaresma es un tiempo de preparación espiritual para la gran fiesta de la pascua. Fiesta en que celebramos el amor y la vida donada, regalada o compartida que vence la muerte. La Iglesia nos propone un camino de preparación interior con tres acciones que quieren alimentar actitudes interiores o espirituales: la oración (relación con Dios), el ayuno y la penitencia (renuncia a uno mismo y a nuestros impulsos y deseos mundanos), la limosna (sensibilidad o preocupación por el más necesitado). Estas tres actitudes son fundamentales en la espiritualidad salesiana que nosotros vivimos y transmitimos, a veces, sin ni siquiera darnos cuenta..

La Oración, en la Espiritualidad Salesiana, nace desde la vida (el salesiano ora la vida, es su vivir el que se hace oración) y lanza hacia la vida, a transformar la realidad a través de la propia transformación interior (cambié yo y cambió mi mundo alrededor). La oración salesiana es, además, juvenil porque nuestra espiritualidad es hecha a la medida de los jóvenes, hecha con los jóvenes, por los jóvenes. Es profunda, pero sencilla, es decir, que me permite encontrarme con Dios en la profundidad de mi ser y descubrirlo en los acontecimientos de cada día, pero creativa, sin intimismos ni rarezas. La oración a la que nos invita la cuaresma, vivida salesianamente, es aquella que se vive como diálogo personal de amistad con Jesús, frecuentado y encontrado en los sacramentos y la Palabra de Dios. Pero vivir la oración salesianamente es vivirla no solo personalmente, sino también eclesialmente, en comunidad, pues Dios nos ha creado como familia y como tal debemos relacionarnos con Él. Nuestra espiritualidad es eclesial, nace, crece y se desarrolla en la iglesia. Si no madura y se desarrolla en la iglesia no es auténticamente salesiana. La celebración comunitaria de la fe, ya sea en el grupo o en el templo es vital para un cristiano maduro. La oración salesiana es también mariana porque es el mismo Don Bosco quien nos enseña a confiar plenamente, con sencillez y seguridad, en la ayuda materna de la Virgen.

El ayuno y la penitencia o la abstinencia son elementos de renuncia y de negación de gustos o necesidades que pueden ser postergables. Podríamos preguntarnos ¿Cómo combinar la alegría de la espiritualidad juvenil salesiana con la penitencia? Una cosa no quita la otra. El ayuno y la abstinencia me enseñan a renunciar a todo aquello que me es lícito, que no es malo, pero que yo rechazo porque he optado por otra cosa mejor. Me enseña a negarme a mí mismo y a mis propios gustos para darle cabida en mi vida a los gustos y propuestas de Dios. Sólo puede vivir plena y verdadera alegría un corazón purificado, un corazón libre de ataduras. La penitencia, vista salesianamente, no es solo renuncia por darme dolor o por sufrir, sino para alcanzar algo más valioso. Es acallar mis egoísmos, mi yoísmo, mi afán de autosuficiencia, para hacer crecer en mí mis actitudes de autodonación, de olvido de mi mismo, para que nazca el hombre nuevo, lleno de todas las potencialidades que Dios ha puesto en mí. Es renunciar a mí para ponerme al servicio del otro que necesita. Es ponerme en un segundo plano para poner las necesidades comunes en primer lugar.

La limosna es la expresión de la caridad concreta. Es salir de mí para ir al encuentro del necesitado. Es tener compasión por el sufrimiento ajeno y tratar, en la medida de lo posible, de remediarlo. La limosna, como actitud de desprendimiento, me lanza al servicio de los demás. Me pone en condición de dar lo poco o lo mucho que tengo. Me ayuda a reconocer lo bueno que Dios ha sido conmigo y lo mucho que me ha dado y, en consecuencia, a agradecerle a Dios, en mis hermanos, su generosidad. Dar limosna es devolver un poco de lo mucho que hemos recibido.
La espiritualidad salesiana es una espiritualidad a la medida de los jóvenes, abierta a la novedad del Espíritu que “hace nueva todas las cosas” y que motiva al joven a colaborar con el desarrollo de la acción del Espíritu en su corazón. NO es una espiritualidad de rarezas o intimismos, pero tampoco superficial, sino de lo cotidiano.
Y es de lo cotidiano porque propone la vida ordinaria como el lugar de encuentro con Dios. A Dios lo encuentro en el patio, en la calle, en el grupo, en la montaña, en el hermano, en mis padres, en mi trabajo o en mis estudios. En lo que hago cada día puedo y debo encontrar a Dios, por eso la vida puede hacerse espacio, lugar y motivo de oración. No hay que aislarse o retirarse para ver y encontrar a Dios.

En síntesis:
Ø  Una espiritualidad pascual de la Alegría en la actividad, que desarrolla una actitud positiva de esperanza en los recursos naturales y sobrenaturales de las personas y presenta la vida Cristiana como un camino de felicidad.
Ø  Una, espiritualidad de Amistad y Relación personal con el Señor Jesús conocido y frecuentado en la oración, en la Eucaristía, y en la Palabra.
Ø  Una espiritualidad de comunión eclesial vivida en los grupos y , sobre todo en la comunidad educativa, que une a jóvenes y educadores en un ambiente de familia alrededor de un proyecto de educación integral de los jóvenes.
Ø  Una espiritualidad del servicio responsable que suscita en jóvenes y adultos un renovado compromiso apostólico para la transformación cristiana del propio ambiente hasta el compromiso vocacional.
Ø  Una espiritualidad mariana, que confía plenamente, con sencillez y seguridad, en la ayuda materna de la virgen.